viernes, 21 de abril de 2017

Más libros, más libres, por Javier Pereda Pereda

Más libros, más libres, por Javier Pereda Pereda
AD LÍBITUM Ideal edición Jaén, 21.04.2017




La celebración del Día Internacional del Libro es una ocasión propicia para
reflexionar sobre la impor-
tancia de la lectura. Esta fecha coincide con la festividad de san Jorge y con la fecha del fallecimiento de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega (23 de abril de 1616). De este modo, lo explicaba el mismo autor del Quijote: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». En esta efeméride las instituciones públicas, conscientes de que es la principal fuente para adquirir conocimientos, intentan fomentar esta actividad intelectual porque, como diría Mariano José de Larra: «En este país no se lee porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee».
Pese a que, según el último in-
forme PISA (2016), existe una ligera mejoría en la capacidad lectora con respecto a otros años, todavía estamos situados en el ecuador de los 57 países de la OCDE; por el contrario, en este ranking los alumnos españoles están entre los cinco primeros que más utilizan internet, lo que significa que esta lectura y escritura tenga unas connotaciones especiales. Si a esto añadimos que, según el CIS, el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca, estos datos alarmantes nos pueden ayudar a entender algunas de las claves de nuestra sociedad respecto a la calidad de la enseñanza, el elevado nivel de desempleo, el cambio de tendencias sociológicas o la reaparición de ideologías centenarias que representan un ataque a la libertad. Por eso, en los colegios las asignaturas más importantes tendrían que ser la lectura y la escritura.
Decía el gramático y crítico de
literatura, académico de la RAE,
Fernando Lázaro Carreter: «El buen profesor debe de llegar todos los días a clase con el periódico debajo del brazo». Y es que, suscitar la ilusión y el hábito por la lectura, es una de las mejores aportaciones
que se puede prestar a los jóvenes.
Y, desde luego, ese interés tiene que fomentarse de forma especial en el ámbito familiar, porque después de cubrir las necesidades alimentarias, la más importante es la
espiritual e intelectual que se adquiere a través de la lectura. El escritor Premio Nobel de Literatura y del Cervantes, Mario Vargas Llosa, explica la importancia que tiene la lectura y sus efectos taumatúrgicos: «Las mejores cosas de mi
vida me han sucedido leyendo. Seriamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, menos insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría». Al efecto, el que fuera presidente de los EE UU, John Fitzgerald Kennedy, era consciente de la
importancia de la cultura para mejorar a los ciudadanos: «Si esta nación es tan sabia como fuerte, si queremos alcanzar nuestro destino, entonces necesitamos ideas nuevas, más hombres sabios, más libros buenos en más bibliotecas públicas. Estas bibliotecas tienen que estar abiertas a todos, excepto al censor. Acojamos libros polémicos y libros controvertidos». Si apos-
tamos por una sociedad de personas libres habría que implementar la lectura, y como indica la santa doctora abulense: «Lee y conducirás; no leas y serás conducido». Porque la lectura es la mejor forma para combatir el pensamiento único de las dictaduras y los totalitarismos, que pretenden imponer su verdad mediante la censura. Muchos de los errores de las ideologías se curarían con la lectura. Leer es vivir dos veces; sirve para aprender más, hablar con propiedad y a pensar con acierto. Nos ayuda a ser mejores: si la gente leyese la sociedad sería distinta, las personas serían más libres. Somos lo que leemos. Para ser
un buen escritor hay que amar la lectura, porque el escritor está obligado a leer mucho. Plasmar por escrito la reflexión, el estudio y el análisis de los hechos, y hacer pensar a los demás, es una de las actividades más nobles que pueda realizar el hombre.
Un buen consejo del gran escri-
tor y periodista londinense, Chesterton: «Ningún hombre debería escribir a no ser que estuviese convencido de que está en posesión de la verdad y otro hombre está en el error». En este sentido, la responsabilidad y el rigor del escribidor es inmensa, tal y como indica Ortega y Gasset: «Hay que tener la honradez intelectual de no escribir nada
sin pruebas».

Javier Pereda Pereda

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